¿Hasta cuándo van a seguir cargando las mujeres? El precio de seguir en pareja.
Todos los días, en mi trabajo como psicólogo, escucho a mujeres narrar sus historias con una mezcla de dignidad herida, miedo encapsulado y un agotamiento que se nota más en su cuerpo que en sus palabras. Mujeres que sostienen relaciones afectivas con hombres que las violentan, las anulan o simplemente las consumen. Y cada vez que termino una sesión, no puedo evitar preguntarme: ¿hasta cuándo van a seguir cargando las mujeres? ¿Cuánto más van a tener que resistir, sin que esta palabra —resistir— se vuelva sinónimo de sufrimiento?
Desde una perspectiva psicológica, he observado cómo la violencia se infiltra silenciosamente en el sistema nervioso. No solo deja huellas psicológicas: deja enfermedades. Hay mujeres que llegan con fatiga crónica, con crisis de ansiedad, con síntomas autoinmunes, con insomnio que no se va ni con medicamentos. Mujeres con úlceras, con migrañas persistentes, con el cuerpo inflamado y el alma desgarrada. No exagero: lo que llamamos “estrés relacional crónico” es una forma de tortura lenta que afecta el eje hipotalámico-hipofisario-adrenal, alterando hormonas, defensas y respuestas cognitivas. Y todo eso, en nombre del amor.
Muchas mujeres repiten vínculos destructivos porque han sido entrenadas culturalmente para vincular amor con sacrificio, deseo con deuda, y pareja con salvación. Lo trágico es que muchas lo saben, pero no saben cómo salir. Porque detrás de cada historia hay trauma, dependencia emocional, carencias no atendidas, o una historia familiar donde también las mujeres callaban y cargaban.
Las estadísticas son alarmantes. Según la Organización Mundial de la Salud, 1 de cada 3 mujeres en el mundo ha sufrido violencia física o sexual por parte de su pareja en algún momento de su vida. En México, el INEGI reporta que más del 70% de las mujeres mayores de 15 años ha vivido al menos un episodio de violencia. Y lo más preocupante: muchas lo normalizan. Lo encapsulan. Lo sobreviven, como pueden. Pero sobrevivir no es vivir.
Autoras como Judith Herman, en su libro Trauma and Recovery, explican que la violencia y el abuso crónico generan un tipo de trauma complejo que afecta profundamente la identidad, la percepción del mundo y la capacidad de confiar. Y ni hablar de cómo esto se transfiere transgeneracionalmente: las hijas aprenden a amar de la misma forma en que vieron a sus madres ser amadas.
Por eso insisto: principalmente las mujeres. Porque aunque hay hombres víctimas de violencia —y su dolor también importa—, el peso histórico, cultural y simbólico del cuidado, la entrega y la renuncia sigue cayendo sobre las mujeres. Y eso tiene consecuencias: médicas, psicológicas, espirituales.
Porque cada historia que escucho es una invitación a cuestionar estructuras, a ponerle nombre al dolor, y a recordar que el amor nunca debería doler. Y que la salud de las mujeres no puede seguir siendo el precio a pagar por sostener vínculos rotos.
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NOTA: El politraumatismo psicológico genera secuelas neurológicas y daños significativos a largo plazo. El trauma complejo, lejos de ser un concepto figurativo o subjetivo, tiene un impacto mensurable en la estructura y función cerebral, alterando la interacción neuronal, la secreción de cortisol y los sistemas de regulación emocional y conductual. Asimismo, afecta los ciclos de sueño, los niveles de estrés crónico y, en algunos casos, predispone a trastornos como la depresión, la ansiedad y el trastorno de estrés postraumático (TEPT) (van der Kolk, 2015).
Sanar no se limita a un proceso de introspección o trabajo interior, sino que implica modificaciones profundas en los hábitos cotidianos, la calidad de los vínculos afectivos y la capacidad de aprovechar la neuroplasticidad del cerebro para crear nuevas redes neuronales adaptativas. Como señala Siegel (2020), la integración de experiencias pasadas mediante la psicoterapia y la intervención interdisciplinaria es esencial para fomentar el bienestar psicológico.
Este enfoque integral destaca la importancia de reconocer al trauma como una experiencia biológica y psíquica.
Christian Ortíz